viernes, 1 de mayo de 2009

Pasar miedo en las butacas del cine

Me encanta el cine, veo todo tipo de películas, más o menos comerciales, y disfruto en la butaca empapándome con las historias y la complejidad de algunos personajes. Según el día y el acompañamiento me decanto por una película o por otra ya que soy asidua a todos los géneros: comedia, drama, musical y como no, terror.


Una sensación desagradable invade tu cuerpo. Las rodillas te tiemblan, el corazón se acelera, el pulso se dispara. Te adentras en la historia y tu mente desconecta de tu vida y vives momentáneamente la de otro. La magia del cine te lo permite. Sientes su miedo, sí, pero por otro lado disfrutas con esa sensación. Es un miedo que no toleraríamos en la vida real pero sin embargo nos encanta ir al cine a pasarlo “mal”. Y cuanto más miedo nos dé una película, más felices saldremos de él y con la sensación de que no hemos malgastado el dinero de la entrada.
¿Masoquismo? Puede ser. En ese caso reconozco que soy masoquista porque soy de las que goza con una buena película de terror. Y no os confundáis, con una buena peli de terror, no con una repleta de sangre y vísceras.

No sabría deciros por qué soy consumidora de este género pero cuando voy a ver determinadas películas espero ciertas cosas, como todos, y cuando decido ir al cine a consumir este género sin duda quiero que me asusten. Me gusta la sensación de intranquilidad, de tensión, de estrés cuando se acerca una escena crucial.

El problema es que las buenas películas de terror escasean. Cada vez es más difícil encontrar una cinta que logre mantenerte en vilo durante toda la proyección. Es un género muy machacado y la mayoría recurren a las mismas fórmulas por lo que con el tiempo resulta más difícil asustarnos ya que predecimos lo que va a ocurrir. Nos hemos vuelto más exigentes. Incluso ahora nos reímos con las buenas pero anticuadas películas de miedo de finales de los años 70 o de los 80, cuando el género estaba en auge. Quizás ahora Halloween de John Carpenter (1978), Pesadilla en Elm Street (1984) o Viernes 13 (1988) no nos asusten pero han marcado un hito en el cine de terror. Aún así las recomiendo, no tienen nada que ver con el aluvión de remakes que las productoras americanas nos llevan vendiendo desde hace ya un tiempo.

Y quién olvida esas grandes películas como Psicosis (1960) de Hitchcock (por favor, no veáis la versión de 1998), El exorcista (1973) de William Friedkin, Poltergeist (1982) de Tobe Hooper, Carrie (1978) de Brian De Palma y con un irreconocible John Travolta o El Resplandor (1980) de Stanley Kubrick.

¿Por qué disfrutamos del miedo?

Hay cientos de investigaciones que estudian el disfrute con el miedo en el cine, sería muy aburrido comentarlo aquí. Pero los psicólogos afirman que, a pesar de que la meta del ser humano es buscar el placer y evitar el dolor, estos momentos de pánico nos hace sentir pletóricos. Esto se debe a que sabemos que no son reales y a que tras el susto, experimentamos una sensación de alivio y una carga de adrenalina extra.


La última película de este género que fui a ver al cine fue Los extraños. No es un peliculón, ni mucho menos, la historia es lenta y el final muy mejorable, pero sí hay momentos muy estresantes en los que el director logra la total atención del público con sustos continuos conseguidos a través de una de las fórmulas más antiguas: la sorpresa y lo inesperado.

Para acabar os dejo un vídeo que se grabó durante la proyección de REC en el Festival de Sitges que muestra las reacciones de los espectadores.


El éxito de estas películas o las atracciones de terror que recrean a sus malvados personajes demuestra que a muchos nos gusta sentir esa sensación de miedo.


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